Guerres silencieuses

Hace más de un año que trabajo en una historia más personal que las anteriores. Se titulará Guerres silencieuses. En este nuevo proyecto trato de reconstruir un cuaderno de memorias que escribió mi padre al acabar el servicio militar en África, entre finales de los 50 y principios de los 60.

Me interesa abordar la rapidez con la que, en aquellos años, se dejaba de ser joven para pasar a ser adulto. A paso ligero, sin apenas darse cuenta, como el que pasa de una habitación a otra, como quien cambia de camisa; sin tiempo para reflexionar acerca de qué querían hacer con sus vidas.  Visto desde la actual perspectiva parece cosa de otro mundo, pero esa fugacidad de la juventud me pareció algo devastador y, en cierta forma, siempre está presente en mis historias.

El texto que viene a continuación es un fragmento del libro El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati. Tras escribir el guión de Guerres silencieuses me sugirieron leer El desierto de los bárbaros: “Verás puntos en común”, me dijeron. Y sí, descubrí, salvando todas las distancias, que en los dos casos se trata sobre la pérdida del tiempo más valioso, el de la juventud, y la espera de un enemigo que nunca llega.
Es estremecedor cómo Buzzati describe el tránsito por la vida en poco más de una página. Si tenéis un mal día mejor lo leéis en otro momento. Salud.

 

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“Tendido en el camastro, fuera del halo de la lámpara de petróleo, mientras fantaseaba sobre su propia vida, a Giovanni Drogo lo asaltó repentinamente el sueño. Y mientras tanto, precisamente esa noche —oh, si lo hubiera sabido, quizá no tendría ganas de dormir—, precisamente esa noche comenzaba para él la irreparable fuga del tiempo.

Hasta entonces había avanzado por la despreocupada edad de la primera juventud, un camino que de niño parece infinito, por el que los años discurren lentos y con paso ligero, de modo que nadie nota su marcha. Se camina plácidamente, mirando con curiosidad alrededor, no hay ninguna necesidad de apresurarse, nadie nos hostiga por detrás y nadie nos espera, también los compañeros avanzan sin aprensiones, parándose a menudo a bromear. Desde las casas, en las puertas, las personas mayores saludan benignas, y hacen gestos indicando el horizonte con sonrisas de inteligencia; así el corazón empieza a latir con heroicos y tiernos deseos, se saborea la víspera de las cosas maravillosas que se esperan más adelante; aún no se ven, no, pero es seguro, absolutamente seguro, que un día llegaremos a ellas.

¿Queda aún mucho? No, basta con atravesar aquel río de allá al fondo, con franquear aquellas verdes colinas. ¿No habremos llegado ya, por casualidad? ¿No son quizá estos árboles, estos prados, esta blanca casa lo que buscábamos? Por unos instantes da la impresión de que sí y uno quisiera detenerse. Después se oye decir que delante es mejor, y se reanuda sin pensar el camino.

Así se continúa andando en medio de una espera confiada, y los días son largos y tranquilos, el sol resplandece alto en el cielo y parece que nunca tiene ganas de caer hacia poniente.

Pero en cierto punto, casi instintivamente, uno se vuelve hacia atrás y ve que una verja se ha atrancado a sus espaldas, cerrando la vía del retorno. Entonces se siente que algo ha cambiado, el sol ya no parece inmóvil, sino que se desplaza rápidamente, ¡ay!, casi no da tiempo de mirarlo y ya se precipita hacia el límite del horizonte; uno advierte que las nubes ya no se estancan en los golfos azules del cielo, sino que huyen superponiéndose unas a otras, tanta es su prisa; uno comprende que el tiempo pasa y que el camino un día tranquilo tendrá que acabar también.

Cierran en cierto punto a nuestras espaldas una pesada verja, la cierran con velocidad fulminante y no da tiempo de regresar. Pero Giovanni Drogo en ese momento dormía, ignorante, y sonreía en sueños como hacen los niños.

Pasarán días antes de que Drogo comprenda lo que ha sucedido. Será entonces como un despertar. Mirará a su alrededor, incrédulo; después oirá un pataleo de pasos que llegan a sus espaldas, verá la gente que, despertada antes que él, corre afanosa y se le adelanta para llegar primero. Oirá el latido del tiempo escandir ávidamente la vida. A las ventanas ya no se asomarán risueñas figuras, sino rostros inmóviles e indiferentes. Y si él pregunta cuánto camino queda, ellos señalarán de nuevo al horizonte, sí, pero sin ninguna bondad ni alegría. Mientras tanto los compañeros se perderán de vista, alguno se queda atrás, agotado; otro ha escapado delante; ahora ya no es sino un minúsculo punto en el horizonte.

Detrás de aquel río —dirá la gente—, diez kilómetros más y habrás llegado. Pero nunca se acaba, los días se hacen cada vez más breves, los compañeros de viaje más escasos; en las ventanas hay apáticas figuras pálidas que sacuden la cabeza.

Hasta que Drogo se quede completamente solo y aparezca en el horizonte la franja de un inmenso mar azul, de color plomo. Ahora estará cansado, las casas a lo largo del camino tendrán casi todas las ventanas cerradas y las escasas personas visibles le responderán con un gesto desconsolado: lo bueno estaba detrás, muy detrás, y él ha pasado por delante sin saberlo. ¡Oh!, es demasiado tarde ya para regresar, detrás de él se amplía el estruendo de la multitud que lo sigue, empujada por idéntica ilusión, pero aún invisible por el blanco camino desierto.

Giovanni Drogo ahora duerme en el interior del tercer reducto. Sueña y sonríe. Por última vez llegan a él, en la noche, las dulces imágenes de un mundo completamente feliz. ¡Ay! Si pudiera verse a sí mismo, como estará un día, allá donde el camino acaba, parado a la orilla del mar de plomo, bajo un cielo gris y uniforme, y a su alrededor ni una casa, ni un hombre, ni un árbol, ni siquiera una brizna de hierba, y todo así desde tiempo inmemorial…”

El desierto de los tártaros, Dino Buzzati.

 

17 comentarios

  1. Mucho ánimo en lo personal y que no te falte el resuello en este nuevo álbum!!! Me huelo que aquí tenemos otra gran obra.
    Precisamente hoy tengo el día tonto, bueno, más bien la temporada tonta, y el texto de Buzzati me ha dado justo en la parte más dolorosa…Le estoy dando vueltas a la cabeza a esas mismas ideas y de pronto me las encuentro escritas con semejante filo. En fin, será el frío y los días tan cortos…aunque sé que saldrá el sol y nos calentará al final…

  2. “Por qué no aprenderé…”: de momento lo que está firmado es Dupuis, pero casi seguro que no tendrás que aprender francés 😉

    Bute: Buzzati gasta mala leche en estos párrafos, pero nada que no se pueda superar con una cancioncilla de La Polla 🙂 :

    PUNKYFER

    Ya nunca mas me jodereis.
    Lo digo por ultima vez, ya nunca mas vais a joderme.

    Ahora soy libre, por fin me he despegao,
    de la gentuza que tuve que aguantar
    ya se pueden ir a la mierda
    los que siempre intentaron cazarme.
    Voy a fumarme un canuto a su salud
    para estar ciego toda la enternidad.

    Lo que faltaba por hacer-alguien lo terminará-
    Yo mientras pude peleé-solo quiero descansar.
    Y los colegas que dejé-seguro que se acordaran
    La lucha sigue dura y cruel-paso la hora de llorar

    ¡¡ADELANTE, HAY QUE PELEAR!!
    ¡¡ADELANTE HASTA EL PUTO FINAL!!

  3. HAN PASADO AÑOS, Y VEO QUE ESTE PROYECTO TOMA LUZ, ME ALEGRO MUCHO, TAMBIEN ME ALEGRO DE VOLVER A VERTE POR ESTOS LARES Y SUPONGO EMPIEZAS A ESTAR UN POCO MEJOR, AL LEER ESE PARRAFO HE VISTO MI ULTIMAMENTE MISERABLE VIDA GRIS, EN UNA ESCALA AUN MAS OSCURA QUE LE HAREMOS. IGUALMENTE TE RECUERDO QUE TENGO UN PARIENTE EN ASTURIAS QUE ESTUVO EN SMARA, YA SE QUE BUSCABAS ALGO SOBRE SIDI IFNI,PERO AHI QUEDA.
    UN ABRAZO ENORME Y CUIDATE MUCHO.
    OSCAR.

  4. ¡Óscar, cuánto tiempo!
    Me acuerdo de ese pariente con documentación gráfica de su mili africana. Es cierto, hace unos años que te comenté esta idea… ya ves, lento pero seguro 😉
    Oye, no te aplatanes, este texto debería servir para recordarnos que el tiempo corre y no vale la pena perderlo en tonterías. A disfrutar, en la medida de lo posible, que son dos días.
    Un abrazo.

  5. Pingback: Slow Studio » Loquillo_Sol

  6. Buzzati es maravilloso. Te recomiendo sus cuentos, en especial LOS SIETE MENSAJEROS. También te recomiendo sobre el paso a la edad adulta la novela corta de Joseph Conrad -del cual has hecho un retrato muy fiel- LA LÍNEA DE SOMBRA, que también describe ese momento en el cual uno cambia de lugar en la vida. Un saludo.

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